2 de noviembre de 2012

¡Qué le den a las chichas!


¿Por qué las mujeres estamos tan obsesionadas con esto de estar delgadas? Es que acaso no podemos comer lo que nos venga en gana sin temor a que nos llamen gorda, foca, ballena o alguno de estos sinónimos tan desagradables. Yo ya estoy harta de este bucle en búsqueda de una perfección que es imposible de alcanzar, pues siempre habrá alguien más perfecto que tú.

¿Por qué se nos exige tanto físicamente? Primero, la delantera, cuanto más grande mejor. En segundo lugar, el trasero. Fuera cartucheras, estrías y celulitis. Bienvenida sean anorexia y bulimia.

Maldigo la hora en que empezó a existir la moda y las medidas 90-60-90 comenzaron a ser la referencia para todas las féminas. Maldigo la hora en que a una mujer se le ocurrió eliminar de su cuerpo todo tipo de vello. Maldita sea la hora en que una mujer quiso calzar tacones porque no estaba conforme con su altura.

Odio la feminidad. Yo no he nacido para ser una Barbie.  Quizás no debería haber sido mujer, porque dudo que siéndolo alcance algún día eso que llaman felicidad. 

27 de septiembre de 2012

De nada sirvieron los paraguas ...


Y por fin llegó la lluvia. La Agencia Estatal de Meteorología, tan poco fiable, ha acertado esta vez. Pero claro, justamente hoy me ha dado por no creerles, ya que sólo una de cada diez de sus predicciones es correcta. Así que, debido al ambiente bochornoso que había en mi casa a las nueve de la mañana, me he vestido con ropa un tanto veraniega: cholas, pantalones cortos y una camiseta de asillas. Para mi sorpresa, nada más bajar del tranvía en la parada de Hospital Universitario, empezó a caer tal palo de agua que tuve que volver a casa para evitar coger una pulmonía.  Pero antes, me tomé mi tiempillo en atravesar alguno que otro charco –todo esto con cholitas de playa-, en tomarme un barraquito con una compañera de clase en la cafetería para entrar en calor, y en esperar a que amainara, encerrada en un ascensor que de un momento a otro se vendría abajo.  Y que conste, que tenía paraguas, pero de nada sirvió. Al final me cansé de intentar que no saliera volando y, rendida, dejé que las gotas me empaparan de arriba a abajo.  Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un chaparrón como este. 

24 de septiembre de 2012

¡Otoño, sé bienvenido!



Ayer, 23 de septiembre, dio comienzo el otoño, y lo hizo con una situación de alerta un tanto desapropiada - como muchas otras en las Islas Canarias-. No señores, no nos vamos a morir por que caigan cuatro gotas. Por mi parte, este hecho es bastante criticable. Yo, que soy uruguaya, sí que he conocido verdaderos chaparrones, así como el frío en su plena esencia que se clava como estacas de hielo y la más pavorosa humedad que se cala en los huesos hasta dejarte completamente inmóvil. Pero bueno, ésta no es la cuestión del asunto.

Hoy escribo porque no hace mucho estaba ansiosa por tumbarme como lagarto en la arena para que mi piel se bronceara. Ahora, me apetece que llegue el frío. Quiero lluvia, aunque probablemente, teniendo un clima tan cálido, apenas caigan dos gotas locas. Echo de menos los abrigos de pluma, las chaquetas de cuero, las botas y los botines, todos ellos en tonalidades oscuras. El marrón, el mostaza, el azul marino, el violeta -más bien rojo vino-, así como el negro, que aunque nunca pase de moda, es un tanto desapropiado a cuarenta grados de temperatura.

Quiero un otoño de esos en los que las calles están cubiertas de hojas secas que crujen al pisarlas, de árboles pelados y charcos donde chapotear con botas de lluvia -de ésas que nunca he tenido-. Otoño somnoliento y alicaído, mas, al mismo tiempo, romántico como él solo. Otoño de parejas sentadas en bancos solitarios de parques, acurrucadas en busca de calor y de niños en bici con chubasqueros que les protejan de la lluvia. Definitivamente, deseo un otoño de película.


11 de agosto de 2012

Resaca...

Deprimentes. Así son. Días post-fiestón en los que te levantas a las tantas de la tarde, con mal sabor de boca, la lengua tan seca que casi parece agrietarse, dolor en sitios insospechados de tu cuerpo y un hambre de narices.

Así que, aunque probablemente la noche anterior hayas engordado un par de kilitos debido a las  calorías vacías del alcohol bebido y las de la comida ingerida en un ataque de ansiedad, te lanzas a devorar lo primero que pillas en tu cocina, habiendo antes tomado de un solo trago un litro y medio de agua.

Finalizado este proceso de nutrición, dedicarás lo que te queda de tarde-noche (pues probablemente no te entre sueño hasta las dos, tres de la madrugada) en intentar rehacer en tu cabeza todos los sucesos de la noche anterior, apenas consiguiendo recordar el principio y el final, quedando todo proceso intermedio en “siete negros signos de interrogación”. 

5 de febrero de 2012

Muere lentamente...

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito,
repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca.
No arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente
quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente
quien evita una pasión,
quien prefiere el negro sobre blanco
y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones,
justamente las que rescatan el brillo de los ojos,
sonrisas de los bostezos,
corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente
quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo,
quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño,
quien no se permite por lo menos una vez en la vida,
huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente
quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en si mismo.

Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su mala suerte
o de la lluvia incesante.

Muere lentamente,
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.


Evitemos la muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos
una espléndida felicidad.

Martha Medeiros

Parece ser entonces,
que yo estoy muriendo lentamente.