Y por fin llegó la lluvia. La
Agencia Estatal de Meteorología, tan poco fiable, ha acertado esta vez. Pero
claro, justamente hoy me ha dado por no creerles, ya que sólo una de cada diez
de sus predicciones es correcta. Así que, debido al ambiente bochornoso que
había en mi casa a las nueve de la mañana, me he vestido con ropa un tanto
veraniega: cholas, pantalones cortos y una camiseta de asillas. Para mi
sorpresa, nada más bajar del tranvía en la parada de Hospital Universitario,
empezó a caer tal palo de agua que tuve que volver a casa para evitar coger una
pulmonía. Pero antes, me tomé mi
tiempillo en atravesar alguno que otro charco –todo esto con cholitas de
playa-, en tomarme un barraquito con una compañera de clase en la cafetería
para entrar en calor, y en esperar a que amainara, encerrada en un ascensor que
de un momento a otro se vendría abajo. Y
que conste, que tenía paraguas, pero de nada sirvió. Al final me cansé de
intentar que no saliera volando y, rendida, dejé que las gotas me empaparan de
arriba a abajo. Hacía mucho tiempo que
no disfrutaba de un chaparrón como este.
Podría decirse que estudiar Medicina me tiene trastornada, ¡pero no! Yo ya venía mal de fábrica.
27 de septiembre de 2012
24 de septiembre de 2012
¡Otoño, sé bienvenido!
Ayer, 23 de septiembre, dio comienzo el otoño, y lo hizo con una situación de alerta un tanto desapropiada - como muchas otras en las Islas Canarias-. No señores, no nos vamos a morir por que caigan cuatro gotas. Por mi parte, este hecho es bastante criticable. Yo, que soy uruguaya, sí que he conocido verdaderos chaparrones, así como el frío en su plena esencia que se clava como estacas de hielo y la más pavorosa humedad que se cala en los huesos hasta dejarte completamente inmóvil. Pero bueno, ésta no es la cuestión del asunto.
Hoy escribo porque no hace mucho estaba ansiosa por tumbarme como lagarto en la arena para que mi piel se bronceara. Ahora, me apetece que llegue el frío. Quiero lluvia, aunque probablemente, teniendo un clima tan cálido, apenas caigan dos gotas locas. Echo de menos los abrigos de pluma, las chaquetas de cuero, las botas y los botines, todos ellos en tonalidades oscuras. El marrón, el mostaza, el azul marino, el violeta -más bien rojo vino-, así como el negro, que aunque nunca pase de moda, es un tanto desapropiado a cuarenta grados de temperatura.
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