Ayer, 23 de septiembre, dio comienzo el otoño, y lo hizo con una situación de alerta un tanto desapropiada - como muchas otras en las Islas Canarias-. No señores, no nos vamos a morir por que caigan cuatro gotas. Por mi parte, este hecho es bastante criticable. Yo, que soy uruguaya, sí que he conocido verdaderos chaparrones, así como el frío en su plena esencia que se clava como estacas de hielo y la más pavorosa humedad que se cala en los huesos hasta dejarte completamente inmóvil. Pero bueno, ésta no es la cuestión del asunto.
Hoy escribo porque no hace mucho estaba ansiosa por tumbarme como lagarto en la arena para que mi piel se bronceara. Ahora, me apetece que llegue el frío. Quiero lluvia, aunque probablemente, teniendo un clima tan cálido, apenas caigan dos gotas locas. Echo de menos los abrigos de pluma, las chaquetas de cuero, las botas y los botines, todos ellos en tonalidades oscuras. El marrón, el mostaza, el azul marino, el violeta -más bien rojo vino-, así como el negro, que aunque nunca pase de moda, es un tanto desapropiado a cuarenta grados de temperatura.
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