Y por fin llegó la lluvia. La
Agencia Estatal de Meteorología, tan poco fiable, ha acertado esta vez. Pero
claro, justamente hoy me ha dado por no creerles, ya que sólo una de cada diez
de sus predicciones es correcta. Así que, debido al ambiente bochornoso que
había en mi casa a las nueve de la mañana, me he vestido con ropa un tanto
veraniega: cholas, pantalones cortos y una camiseta de asillas. Para mi
sorpresa, nada más bajar del tranvía en la parada de Hospital Universitario,
empezó a caer tal palo de agua que tuve que volver a casa para evitar coger una
pulmonía. Pero antes, me tomé mi
tiempillo en atravesar alguno que otro charco –todo esto con cholitas de
playa-, en tomarme un barraquito con una compañera de clase en la cafetería
para entrar en calor, y en esperar a que amainara, encerrada en un ascensor que
de un momento a otro se vendría abajo. Y
que conste, que tenía paraguas, pero de nada sirvió. Al final me cansé de
intentar que no saliera volando y, rendida, dejé que las gotas me empaparan de
arriba a abajo. Hacía mucho tiempo que
no disfrutaba de un chaparrón como este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario