2 de febrero de 2012

Defecto.

¿Indecisa? ¿Yo? ¡Qué va! Casi suena convincente y todo. Creo que no hay una persona más insegura en todo el planeta. Uno de mis grandes defectos: darle demasiadas vueltas a las cosas, por insignificantes que sean.  
Dar un paseo conmigo es como salir con un robot carente de iniciativa propia. Ante cualquier pregunta del tipo “¿qué te apetece hacer?” o “¿adónde vamos?”, mi respuesta siempre será la misma: “me da igual” o “tú dirás”. Quizás porque soy de las que piensan que el lugar y el momento es lo de menos y que lo que realmente importa es la compañía (¡qué típico!), pero todo da a entender que no tengo opinión sobre nada.
Sobra decir lo mal que lo paso cuando se acerca un cumpleaños y tengo que arreglármelas para buscar algo bueno, bonito y barato. Dios, eso es un auténtico calvario. Mi padre, que se las da de listo, suele decirme cuando le pido consejo: Carolina, si no sabes tú lo que le gusta a tus amigos, ¿cómo pretendes que lo sepa yo? Esa es la típica pregunta que me saca de quicio, pero en este caso he de darle la razón. ¿Cómo es posible que no tenga ni la menor idea?
Al fin y al cabo, la cuestión es que otros decidan por mí, porque así todo me resulta más sencillo. Sin embargo, tengo claro que esa actitud a la larga no me traerá más que problemas, porque no siempre habrá alguien a mi lado que pueda elegir en mi lugar y entonces, tendré que echarle valor, arriesgar y esperar que la elección haya sido la adecuada. De no ser así, seguramente habré aprendido algo nuevo, pues, como la gente suele decir, de los errores se aprende.

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